Cena del mes

Puta madre, este es el mejor pinche pescado que he probado en mi vida. Armando sigue abriendo los ojos cada vez más grande con cada mordida. Normalmente hace eso cuando le gusta la comida, pero ahora está que parece que se le van a caer los ojos de la cara. Puta madre. Y es que aparte el plato está todo perfecto. Ni una verdura, ni una pinche gota de salsa fuera de su puto lugar. Ahora Armando me está volteando a ver. Con una mano en un puño tapando su boca mientras mastica, me dice “mmhh” apuntando con su tenedor al medio espárrago que le queda en su plato.

Es que la odio. Las odio a todas. Se suponía que las cenas del mes eran para convivir, para conocernos, hacernos buenos vecinos. Pero nooo, así nada más no. Estas cosas siempre se convierten en una puta competencia. Cuando nos mudamos aquí siempre eran una cosa sencilla: comida casera, algunas cervezas, vino barato. Todo bien. Luego fue el catering de la hermana de Laura, luego Paula con sus carnes finas, luego Valeria contrató meseros. Y luego a Mariana se le ocurrió traer comida de un restaurante. Ahí llegó con su sonrisa toda engreída con una ensalada del restaurante más pinche caro de toda la ciudad. En lo que menos pensé ya tenía que ponerme a ahorrar para poder organizar la cena sin quedar como una tacaña sirviendo la comida que, para empezar, era lo que había sido la intención cuando empezaron a organizarse estas cosas.

Armando siempre me dice que no me preocupe, pero él no tiene ninguna idea de lo que habla. Él no es consciente de lo que dicen y piensan los demás. A veces lo envidio, la verdad. Suena como una buena forma de vivir, pero no es la mía. A mí me carcome la angustia de organizar la reunión más pitera de toda la colonia. No puedo ser esa persona.

Y es que luego Gerardo llega con su botella de vino toda cara y me dan unas ganas de golpearlo, de verdad. Ahí empieza a hablar de sus viajes y del restaurante al que fue con estrella Michelin, bla bla bla, y de cómo le sirvieron esta botella de vino allá en quién sabe dónde. Y todos los hombres se quedan ahí con sus caras de envidiosos, luego se ponen a hablar de sus propias botellas de licor, y empieza el concursito de masculinidad.

Todos siguen haciendo cada vez más cosas para quedar bien o presumir o yo qué sé, pero luego los estándares van subiendo. No es una competencia, pero en realidad sí lo es. Entre la cena y la plática, todo se convierte en un teatrito de poder y de estatus. Llega alguien con la cena toda especial y cara que contrató, y luego no falta la que dice “ay, es que yo no como de eso” porque resulta que el pollo es tóxico y la chingada. Puras mamadas. Siempre compran pastel aunque nunca nadie se lo come porque todos están a dieta. Y entonces ahora yo también voy a tener que comprar un pastel caro que nadie se va a comer.

Me dan ganas de organizar una cena que sea la mejor pinche cena que esta gente se podría imaginar. Voy a traerme a uno de esos que salen en Chef’s Table de allá de quién sabe dónde. Con veinte tiempos y meseros atentos. Es más, desde antes de llegar la casa va a estar decorada súper intenso, con flores por todos lados como si fuera una pinche boda de familia rica. Voy a contratar a alguien para que me ponga una tarima en la alberca, para que sea como bailar sobre el agua, y traer música en vivo, pero de esas bandas que todos conocen. Que se desmayen del shock cuando salga Luis Miguel a darnos un concierto privado.

Y nadie podrá quejarse de nada, la comida será apta para las dietas raras de todos, y la música será perfecta, y las sillas serán cómodas, y el clima será perfecto, y todo será perfecto. Tan perfecto que nadie más se atreverá a seguir después de eso, y todas las cenas tendrán que cancelarse para siempre. Diez años después todos van a recordar esa cena con nostalgia y con envidia. Todos aquí le van a platicar a sus nietos de la cena que organizó aquella vez Daniela, la vecina.

—¿Quieres una rebanada de pastel?— me pregunta Ximena.

—No, gracias —le digo con una sonrisa—. Estoy a dieta.


Fantasma del baño

Un descanso

Aunque queramos negarlo, somos animales. Sangramos, sudamos, y también cagamos. A veces…

Remodelación

Abdiel pasaba todas las mañanas sentado detrás de su escritorio divino. Normalmente las…
Boletos de estacionamiento

Contrarreloj

Después de que se abre la pluma comienza a correr el tiempo: quince minutos para salir antes…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este popup lo activaste manualmente

Generalmente no funciona así.

Los popups del fast web aparecen simplemente porque estuviste en un sitio un par de segundos. Todavía no terminas de leer un párrafo y ya están tapando toda la pantalla para venderte algo.

Suscríbete

Si quieres mantenerte al corriente o quieres aprender más, suscríbete. Recibirás un correo de vez en cuando con las novedades del blog y un poco del detrás de escenas de mi proceso creativo.