Abdiel pasaba todas las mañanas sentado detrás de su escritorio divino. Normalmente las personas que tratan mal a personal de servicio se van allá abajo, entonces su trabajo de recepcionista del paraíso era bastante placentero. Esto, sin embargo, no significaba que no tuviera sus complicaciones.
El paraíso era un lugar relativamente pequeño, exclusivo para las mejores almas. Ya habían pasado varios miles de años y todo había marchado bien, pero luego comenzó a suceder algo extraño.
—Ehmm… —decía Abdiel mientras veía su tabla de espacios disponibles completamente llena— Tendré que incorporarte temporalmente con alguien más. ¿Hay alguien a quien quisieras conocer?
—Oh, pues podría ser interesante conocer a Octavio Paz —contestó Elisa entusiasmada.
—Tendrás que disculparme, pero él no se encuentra aquí. Si quieres puedo introducirte a los bienaventurados mientras te buscamos un lugar donde puedas quedarte.
—Bueno, está bien.
Esa tarde acompañó a Elisa a visitar los cuartos donde vivían todos. El paraíso era como un gran hotel donde la gente nunca se va, como una versión divina del hotel ese del que cantaban los Eagles (ehmm, quienes sea que sean ellos, aquí en el paraíso solo se escuchan cantos angelicales). El espacio se había saturado y entonces había comenzado una remodelación para ampliarlo.
—Hola, Abdiel, ¿cómo estás? —dijo Esteban acercándose al escritorio.
—Bien, ¿y tú? —contestó con una sonrisa.
—Bien, también, gracias. Fíjate que ya llevan un rato trabajando en la remodelación, y no sé, estaba pensando que con todo eso de que estamos en el paraíso… ¿no habría manera de que la construcción no hiciera tanto ruido?
¿Ruido? Abdiel no había considerado que podría ser molesto. Semanas antes había platicado con su jefe Jegudiel, con mucha satisfacción, que podían hacer que la maquinaria no sonara como las construcciones terrenales sino como música. No pensaron que la decisión de poner la misma canción en bucle podía llegar a ser molesto para sus residentes.
La verdad, y algo que no muchos toman en cuenta, es que los ángeles tienen un nivel de paciencia mayor al de cualquier alma humana. Además, no comparten sus experiencias terrenales, entonces su diseño de la perfección divina (así como la ven las almas de los bienaventurados) es algo así como una estimación arbitraria. En realidad, si comparten una experiencia con los humanos, es la de actuar como que saben lo que están haciendo en el trabajo, pero estar improvisando la mayoría de las veces. Abdiel llegó a su puesto mientras las cosas estaban relativamente estables en el paraíso, pero esto de la remodelación se estaba convirtiendo en un verdadero dolor de cabeza, y había mucha presión.
Se escuchaban por ahí rumores de que pronto Jegudiel estaría encargándose de recomendar a ángeles para los ascensos de puesto. Abdiel hacía todo lo posible por quedar bien para poder ganar ese puesto que lo acercaría cada vez más a ser un arcángel, como él había soñado desde que obtuvo conciencia. Desde que había escuchado ese rumor, cada vez que veía pasar a Jegudiel, hacía un esfuerzo por que se notara su concentración en cualquiera que fuera la actividad que debía estar haciendo. En todas las juntas directivas hacía una propuesta nueva y miraba inmediatamente a Jegudiel con una sonrisa tratando de discernir si a él le parecía una buena idea o no. Era su trabajo mantener felices a los bienaventurados, y esta era una tarea importante. Era el paraíso, después de todo. Todos los días planificaba el menú con las comidas favoritas de los residentes del paraíso y pensaba en nuevas actividades recreativas para ellos. ¿Será que el sudoku forma parte de la utopía divina?
Cada vez llegaban más personas a su escritorio, y ya no solo para platicar como lo hacían antes, sino con una queja o sugerencia específica que él tenía que atender. Resulta que la sección remodelada está más bonita que la parte vieja del paraíso, y ahora todos se están peleando por ver quién merece irse a esa zona, si las almas nuevas que vayan llegando, las que ya tienen ahí mucho tiempo, o las que tuvieron una vida más bondadosa. Además, la sección remodelada tiene ventanas muy grandes con una muy buena vista a la tierra y al infierno. Las discusiones llegaron a tal punto que Abdiel tuvo que convocar una asamblea.
Todas las almas bienaventuradas, ángeles y arcángeles asistieron. Inició de manera relativamente civil, todos se sentaron de manera ordenada, escucharon atentamente la bienvenida del arcángel Miguel, y la introducción del tema a discutir que dio Abdiel con las manos un poco temblorosas bajo la mirada de todos sus superiores. Después llegó el momento de tomar la decisión. En eso salieron manos alzadas de la multitud.
—Yo no creo que sea justo que las almas nuevas, sin importar qué tan buenas hayan sido, lleguen a tener un lugar preferencial en el paraíso —dijo Esteban.
—Sí, nosotros tenemos mucho tiempo aquí y merecemos pasar al área nueva. Que lleguen ahí solo las personas que hemos trabajado para ello —comentó Ariel, sin tomar en cuenta que ese supuesto “trabajo” en el paraíso consiste en permitirse disfrutar toda una eternidad de sus cosas preferidas.
—Pues yo digo que solo vayan al área remodelada quienes hayan vivido las mejores vidas en la Tierra —contestó Marco.
Se escucharon los murmullos de la multitud después de cada uno de los comentarios. Algunas de las almas agitaban sus manos mientras hablaban con la persona que tenían a su lado, y muchos fruncían el ceño.
Después de un momento de reflexión considerando cuál era la opción más justa, Abdiel tomó el micrófono. Inmediatamente todos guardaron silencio y lo miraron atentos mientras anunciaba su decisión: irían al área remodelada las almas cuyas vidas terrenales hayan sido más bondadosas. No pasó ni un segundo antes de que estallara la multitud.
—¡Yo doné millones de dólares a escuelas en Afganistán! —gritó uno.
—¿Ah sí? —contestó alguien— Pues yo dediqué mi vida a erradicar la Polio.
—¡Yo nunca le alcé la voz a mis hijos! —comentó otra con una sonrisa petulante mientras alzaba la mano.
—La habitación de la esquina tiene vista panorámica. ¡Esa la debo tener yo! —gritó alguien más.
—La avaricia es pecado capital —dijo otro con voz serena y volumen medio— Yo fui monje, me deshice de todas mis cosas y viví veinte años sin comer. Es importante tomar una decisión objetiva.
—Ay sí, el muy perfecto tú —le dijo Carlos al monje, incrédulo—. Solo dices eso para que te den la habitación, no te hagas como que no. Pfft, con esos aires de superioridad, ¿pues quién te crees?
—Con esa actitud, tú ni siquiera deberías estar aquí, menos aún en un área privilegiada. —contestó el monje.
Nunca antes en la historia del paraíso algún alma había recurrido a la violencia física (¿metafísica?). Salieron puñetazos, los bienaventurados se empujaban unos a los otros, peleando por quién se quedaría con los mejores espacios. Abdiel tomó el micrófono de nuevo, pidiendo orden. Ya era demasiado tarde. Nadie había tenido que lidiar con algo parecido. Abdiel trataba de mantener la paz como el dueño de un perro que, mientras lo ve atacar a alguien, solo le grita su nombre amablemente y se confunde cuando el perro bravo no se detiene por completo y regresa a él. Entre todo el caos, tras esfuerzos en vano por mantener la paz, Abdiel volteó a ver a Jegudiel con una sonrisa nerviosa.
Ahora es Daniel quien pasa sus mañanas sentado detrás de su escritorio divino. Abdiel lo mira desde lejos, mientras limpia por fuera todas las ventanas con vista al infierno.