Cuando estudias humanidades, una gran parte de la tarea que tienes que hacer es leer. Entre tareas y proyectos, leer más de cien páginas diarias se vuelve algo muy cotidiano. Desde que inicié la licenciatura se volvió muy común que, después de enterarse de esto, algunas personas me preguntaran si sabía o me interesaba aprender técnicas de lectura rápida. Mi respuesta siempre fue que, como cualquier otra habilidad, la práctica hace que con el tiempo leas más rápido que el promedio, pero que también, en general, el leer muchos libros tiene más que ver con el tiempo que le dedicas a la lectura que con la velocidad de lectura en sí. Cuando persistía la plática sobre técnicas y cursos de lectura rápida, solo contestaba con una pequeña sonrisa y desviaba un poco la conversación a algo que me pareciera más interesante.
Suena tentadora la idea de devorar un libro: sentarte y leerlo de inicio a fin en muy poco tiempo. Puede ser especialmente tentadora si se acaba el tiempo y debes terminar de leer un libro para una clase, para preparar una entrevista, para una reunión de un club de lectura, o lo que sea. Creo que muchos también conocemos la sensación abrumadora de ver todos los libros que nos gustaría leer, y al mismo tiempo, saber que sería físicamente imposible leerlos todos en una sola vida. Con todo y esto, la lectura rápida nunca me ha interesado realmente.
Pareciera que no, pero la lectura es algo impresionante. Observamos símbolos, dibujos en una superficie, que por sí mismos no significan mucho, pero que al combinarlos pueden comunicar una cantidad prácticamente infinita de cosas. Cuando leemos, imaginamos; como una especie de alucinación guiada que nos permite despertar nuestros sentidos y nuestra razón. Leer no solo se trata de reconocer palabras y entender lo que dice el texto. La lectura también trata de dejarse llevar por el lenguaje, dejar que te afecte. Podemos apreciar el uso del lenguaje en sí mismo como algo bello y además encontrar en él historias que nos emocionan. Parte de la magia es quedarse con esas emociones un rato. Los libros me han hecho reír a carcajadas, y también llorar. Eso merece su tiempo.
Y claro, también hay libros de no ficción que no tienen una historia u otro tipo de información de ese estilo. Un libro de negocios tal vez no te va a conmover (o no sé, tal vez sí), pero pienso que este tipo de libros también requieren tiempo. Al leer, conectamos la información nueva con nuestras propias experiencias y conocimiento previo. Simplemente conocer nueva (y tal vez mejor) información no es suficiente para reestructurar nuestra forma de pensar, o adoptar una nueva perspectiva sobre nuestro entorno. No solo se trata de contener la información, sino de hacerla propia, dejar que cambie nuestra forma de ver las cosas, aunque sea solo con el propósito de criticar la información o darnos cuenta de que no es la correcta o adecuada.
Cuando se promueve la lectura rápida, normalmente se hace hincapié en que esta técnica no entorpece la comprensión. Me pregunto qué tan cierto puede ser esto. ¿Qué tanto podemos decir que comprendemos un texto si no nos dimos la oportunidad de habitarlo y prestar atención no solo a su contenido, sino también a su forma y las reacciones que provoca en nuestro cuerpo y nuestra mente; si no nos dimos la oportunidad de reflexionar y cuestionar al mismo tiempo que avanzamos en la lectura? Parece que lo que ofrece la lectura rápida no es una mejor experiencia de lectura sino una promesa de productividad.
¿Por qué queremos ir tan rápido?
Hace unos años leí un libro (que recomiendo muchísimo) llamado La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. LeGuin. Es una novela de ciencia ficción que trata de un hombre que es enviado a un planeta llamado Gueden para convencer a su líder de unirse a una coalición de planetas humanoides. En esencia, es sobre la soledad que viene con encontrarse en una sociedad que no entiendes y que no te entiende a ti. El protagonista, Genly Ai, se enfrenta a un planeta con personas cuya cultura y biología son totalmente diferentes a lo que él conoce. Una de las diferencias culturales a las que se enfrenta Genly tiene que ver con que a las personas de Gueden, también conocido como Invierno por su clima, no les importa el progreso ni la velocidad.
“Los Guedenianos podrían hacer que sus vehículos vayan más rápido, pero no lo hacen. Si les preguntas por qué no, te contestarán ¿Por qué? Como preguntar a Terranos por qué todos nuestros vehículos deben ir tan rápido; contestamos ¿Por qué no? Sin disputa de gustos. Los Terranos tienden a creer que tienen que avanzar, progresar. La gente de Invierno, que siempre vive en el Año Uno, cree que el progreso es menos importante que la presencia.”
¿Cómo sería la lectura si le damos más importancia a la presencia; si valoramos la actividad por sí misma, más allá de cualquier beneficio que nos pueda traer social, cultural o intelectualmente? ¿Cómo sería la lectura si buscáramos sus beneficios culturales e intelectuales sin tratar de maximizarlos? Una lectura ineficiente, lenta, interrumpida, y digerida de poco a poco podría llegar a ser más efectiva para moldear nuestra forma de pensar. ¿Qué pasaría si en lugar de buscar leer más palabras por minuto, leemos con un cuaderno abierto a un lado y un diccionario del otro, pausando para tomar notas y buscar las palabras que no conocemos?
Si leemos para cultivarnos, debemos aceptar que, al igual que con el cuidado de una planta, el crecimiento no es inmediato: requiere tiempo, esfuerzo, y condiciones adecuadas. El aprendizaje y la transformación no suceden con mera fuerza bruta. No somos máquinas, por más que parezca que queremos serlo. Ser humano es complejo, no trata solamente de entradas y salidas de información. Nuestras emociones, nuestros cuerpos, todo lo que nos hace diferentes a las máquinas, no son una debilidad, sino una fortaleza. Hay una belleza en la ineficiencia, en el proceso vivo de nuestra psicología y del funcionamiento de nuestra biología.
Es verdad que nuestras vidas son finitas, y no hay tiempo para leer todo lo que queremos. Tal vez eso le da más peso y significado a lo que sí leemos. Ese hecho es el que le da importancia al desarrollo de nuestros gustos, de nuestra habilidad de discernimiento. Esta habilidad crítica también la podemos desarrollar leyendo amplia y profundamente. El criterio de nuestro gusto también nos moldea. Puede haber algún libro allá afuera que podría cambiar tu vida, y no lo vas a leer. Eso nos pasa a todos, y es parte de ser humano y ser mortal. Las decisiones sobre a qué cosas dedicamos nuestro tiempo y a cuáles no son lo que nos distingue unos de otros. Nuestros gustos tienen el poder de convertirnos en quienes somos, y aceptar que nuestro tiempo es finito podría ayudarnos a darle esa importancia. Así, nuestra muerte inevitable podría ser, entonces, no una invitación a leer más rápido, sino a hacerlo de manera más consciente.
Nunca había considerado lo que se comenta en el artículo. El primer libro que me hizo llorar recuerdo que fue cuando en la historia uno de los personajes muere, en un principio pensé que había entendido mal, lo volví a leer para luego darme cuenta que sí había entendido todo, tuve que hacer una pausa y experimentar un mini duelo. Coincido que eso que sentí no lo hubiera experimentado si lo hubiera leído con la técnica de lectura rápida
Recuerdo que una vez me pasó lo mismo con un libro en el que mi personaje favorito murió. Yo también tuve que dejar de leer un momento para procesar esas emociones.